
Durante la perimenopausia y la menopausia, el organismo experimenta una notable disminución de estrógenos, lo que incrementa el riesgo de pérdida de masa ósea, debilidad muscular y fatiga. En este contexto, la vitamina D3 se convierte en un aliado esencial. Su función principal es facilitar la correcta absorción de calcio y fósforo, nutrientes imprescindibles para conservar huesos fuertes, prevenir la osteoporosis y mantener las articulaciones en equilibrio.
Además, la vitamina D3 tiene un papel fundamental en la regulación del sistema inmunitario, contribuyendo a reducir la probabilidad de resfriados o infecciones, algo especialmente relevante en esta etapa de la vida. También favorece la salud cardiovascular, ayudando a mantener la presión arterial estable y el corazón en buen estado. En lo referente a la vitalidad diaria, esta vitamina resulta clave, ya que ayuda a combatir el cansancio y a sostener la energía necesaria para la práctica deportiva y la actividad cotidiana.
En la menopausia, su suplementación contribuye a preservar la movilidad, la fuerza muscular y el bienestar general. Para optimizar su absorción, se recomienda tomarla junto a alimentos que aporten grasas saludables. La dosis aconsejada suele situarse entre 1.000 y 2.000 UI diarias, siempre adaptada a las necesidades individuales de cada persona.